Vettriano boys

02 julio 2004

Descrubrí a Jack Vettriano gracias a "Los detectives salvajes" de Bolaño, fascinado al momento por esos Billy Boys de la cubierta, enigmáticos y luminosos. De él poco se sabe, que nació en Escocia en 1951 y que empezó a pintar con 21 años. Tal vez sea mejor así, que conserve un halo de misterio, como esos sujetos que deambulan por sus pinturas.

Aquí van cuatro posibles historias para cuatro de sus cuadros:


The Billy Boys


Ha sido breve el paseo de los chicos. Pensamos que, al menos, llegarían más allá de las rocas. A Harold le gusta caminar delante, por su forma de avanzar ya les habrá dicho lo suyo. La tarde ha levantado un viento del noroeste, fresco, de mar adentro. Frente a la iglesia, Marta, Silvia, las chicas, chillan y hacen todo tipo de aspavientos. Solo Tom permanece indiferente, aprieta el puño con soberbia, como si pensara que, después de todo, no tenían otra alternativa. Su hermano inclina un poco el sombrero, otea la playa con cierto desdén, con la esperanza de atisbar a Jess. A su espalda, Ben se ha ido quedando rezagado, como si la historia no fuera con él. A fin de cuentas, nunca se ha sentido parte de la familia.

Harold sabe bien que será inútil forzar una sonrisa, tendrá que resignarse, ir apagando las miradas, resistir tanto molesto alborozo. Habrá decidido ya que es mejor que nosotras no sepamos nada, puede que ande maquinando alguna broma para romper el hielo. Es curioso que la tarde se haya quedado sin gaviotas. Con un atardecer así, apuesto a que Harold desearía que éste fuera, realmente, el final del día.

El duelo

El ferry llegará a las 11.30. Juraría que los dos tipos no se conocen de nada, al llegar hablaron de vaguedades, del tiempo, del viaje... y después se entregaron a la partida. El de la derecha, el hombre del chaleco, parece tomarse el asunto más en serio, analiza la jugada, observa los naipes con los ojos estremecidos por el humo.

Así, tal como están, parecen los nietos de otros jugadores, aquellos de Cezanne, en su versión al aire libre. Hasta mi asiento llegan a veces retazos de la conversación, mezclados con el trasiego del puerto. El tipo de los tirantes se dirige a Cardiff, a ver a sus dos hijas. Hace un rato, ha sacado una petaca y le ha dado un largo trago. Después se ha reído, enseñaba todos los dientes en un gesto raro, de maníaco, como si hubiese ligado una gran jugada.

Filósofos amateurs

Me siento como un trozo de mantequilla, Paul, quiero decir, marcado por todo aquello con lo que me topo por la vida, me falta fortaleza, es como si estuviera lleno de largas cicatrices, a veces superficiales, otras irreversibles, y tengo esa sensación extraña - ¿nunca te ha pasado? - de que me voy gastando por dentro, de que me falta la materia para seguir con todo esto. Dice que tiene un trabajo mejor, más tranquilo, en Boston, que tendríamos que darnos algún tiempo, ese tipo de cosas...

Hace dos meses, descubrimos que había una piscina en el piso 25, te aseguro que nadie sabe qué demonios hace allí, rodeada de cincuenta pisos de oficinas. Susan conoce a los conserjes y consiguió una llave solo para nosotros. Muchas noches nos quedábamos hasta tarde, ella y yo, nos bañábamos en aquella extraña penumbra, siempre temerosos de que apareciera el verdadero dueño del lugar, en un silencio que a veces me parecía irreal. Veía su sombra salir del agua, chorreante, se pegaba a mi cuerpo, oscura y helada, y, entonces, te juro que por un momento conseguía olvidarme de Dorothy, y los niños...

Solo el rojo más oscuro

Con el tiempo se ha ido haciendo más sutil, como si hubiera aprendido a valorar pequeños detalles de mi sufrimiento que antes no apreciaba. Primero se ha puesto ese vestido, se ha recogido el pelo con fingida indiferencia, sabe que me gusta, se ha colocado los pendientes que le regalé, esos zapatos. Ha pasado de una parte a otra de su cuerpo con regodeo, consciente de que la observo desde la cama, inmóvil, en la misma exacta postura en que me ha dejado.

Pinta sus labios lentamente, repasa una y otra vez las zonas carnosas, como si quisiera remarcar que está dispuesta a salir, haga lo que haga o diga lo que diga, en sus ojos hay cierta expresión de felicidad, puede que sea su propia crueldad lo que le proporcione tanta energía. Sabe perfectamente que, si sale, permaneceré durante horas aquí, en la misma postura, sumido en la desesperación, por culpa de otra de sus estúpidas venganzas.

Siento el ruido y el calor que le esperan ahí fuera. Podría pedirle que se acerque a mi cama, que presione fuertemente en mi garganta, ni siquiera tendría ocasión de defenderme. Seguro que después seguiría ahí, pintándose despreocupadamente, solo con el rojo más oscuro.



© 2004 Antonio Martínez Ron. Todos los derechos reservados.

Todas las ilustraciones, obra de Jack Vettriano, han sido extraídas de
www.portlandgallery.com