Insultos que “duelen”, palabras que emborrachan

24 febrero 2013


* Este artículo ha sido publicado el 24/02/2013 en el suplemento XL Semanal bajo el título erróneo “Los insultos duelen. Literalmente”. Reproduzco aquí el original, sin editar.

"Esto le va a doler". Una combinación adecuada de palabras puede potenciar una sensación, cambiar nuestra forma de percibir, de pensar e incluso nuestra forma de caminar. Y un estado emocional puede hacer que un dolor se convierta en crónico. Cuando el médico nos pone una inyección, por ejemplo, una simple advertencia sobre lo que vamos a sentir puede provocar que sea más dolorosa. Nuestro cerebro anticipa el dolor y activa la sensación antes incluso de que la aguja haya entrado en la piel. ¡Ouch! En la última década los científicos han demostrado que nuestra sensación de dolor es mayor si nos avisan con antelación del estímulo y que se puede inducir malestar solo con indicar que algo lo provoca. Un grupo de investigadores de la universidad holandesa de Radboud-Nijmegen escogió en 2011 a más de cien voluntarios y los sometió a una serie de pruebas. Expuestos a la misma sustancia, aquellos a quienes se advirtió de que sufrirían un fuerte picor no pararon de rascarse, y algo parecido sucedió con los que fueron advertidos sobre el dolor.

"Las palabras pueden predisponernos, porque crean expectativas", asegura el neurólogo Arturo Goicoechea. "Éstas modifican las emociones y eso influye en el dolor, el picor y otras circunstancias". En la universidad alemana de Jena, el investigador Thomas Weiss ha demostrado recientemente que hablar del dolor alimenta el propio dolor. Mediante resonancia magnética funcional, Weiss comprobó que cuando a los sujetos se les expone a palabras como "atroz", "insoportable" o "punzante", se activa la denominada "matriz del dolor", la misma región del cerebro que se pone a trabajar ante los estímulos nocivos. "En estudios anteriores", recuerda, "también vimos que cuando aplicábamos un estímulo doloroso después de someter a los pacientes a palabras "nocivas", estos calificaban el dolor como más intenso". (Seguir leyendo -->)

Trabajos paralelos a los de Weiss demuestran que en el denominado “dolor social” también participan las regiones cerebrales relacionadas con el dolor. Varios estudios recientes apuntan que cuando un individuo se siente abandonado por el grupo, o se produce una ruptura amorosa, se activa la misma matriz cerebral. Las sensaciones físicas y emocionales se entremezclan hasta tal punto que el malestar provocado por un insulto – según un estudio de la Universidad de Kentucky- se amortigua en aquellos sujetos que toman una dosis regular de paracetamol. La prueba de que dolor social y dolor físico se retroalimentan está en las palabras que usamos cada día. El lenguaje está sembrado de expresiones como "me partió el corazón" o "me apuñaló por la espalda", que señalan al dolor físico real, y de términos relacionados con juicios morales, como cuando decimos que algo nos produce "asco" o "repugnancia" y sentimos ganas de vomitar.

Este factor social y emocional está ayudando a resolver uno de las grandes cuestiones que intrigaban a los médicos en los casos de dolor crónico. ¿Por qué, ante una misma lesión, unos pacientes quedaban doloridos de por vida y otros no? En algunos casos la ausencia de daño físico resulta desconcertante. Analizando con escáner la respuesta de dolor de individuos que han sufrido una lesión de espalda, se ha observado que el factor emocional es determinante. Aquellas personas que tienen una mayor relación entre la corteza frontal y núcleo accumbens, encargados de las emociones y la motivación, están más predispuestos al dolor crónico. Tanto, que los científicos pudieron predecir con un 85% de precisión quién lo iba a desarrollar una vez que la lesión había sanado.
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"Las palabras no solo cambian lo que percibimos sino también lo que hacemos". Susana Martínez Conde dirige el Laboratorio de Neurociencia Visual del Instituto Neurológico Barrows, en Phoenix, y estudia desde hace años cómo los magos engañan nuestros sentidos. Una de las técnicas más utilizadas se conoce en psicología como primado (en inglés, priming) y consiste en exponer al sujeto a unos estímulos que van a condicionar su respuesta. "Un buen ejemplo", recuerda Martínez Conde, "es un experimento en el que se enseña un accidente de circulación a un grupo de individuos y se les pide que valoren qué coche va más rápido: los que escuchan que el coche rojo "choca" hacen una estimación más baja que aquellos a quienes se dice que el coche rojo "se estrella".

Los magos utilizan estos resortes psicológicos para condicionar nuestra respuesta en algunos trucos, como aquellos en los que nos piden que pensemos un número que previamente han deslizado en nuestra mente de manera sutil. Los efectos del primado actúan a nivel inconsciente e influyen en nuestra forma de actuar y hasta en nuestros juicios de valor. En una de las primeras pruebas sobre este fenómeno se expuso a algunos voluntarios a palabras relacionadas con la vejez y al salir se comprobó que caminaban más lentamente que los que habían sido expuestos a palabras neutras. En otras pruebas se ha visto cómo los sujetos pueden tener respuestas racistas, violentas o amables en función del primado al que les ha sometido el entrevistador.

El profesor Jaume Rosselló, de la Universidad de les Illes Balears, ha realizado algunos experimentos con priming y juicio moral. "Hemos comprobado", relata, "que la presentación de imágenes impactantes - 'gore', para entendernos- provoca que seamos más permisivos ante un dilema moral". En la prueba plantean, por ejemplo, el problema de una madre que debe sacrificar a uno de sus dos hijos para que no mueran los dos, y aquellos que han visto imágenes más violentas tienden a comprender mejor su decisión que los que han visto imágenes neutras. "Esto tiene algunas implicaciones interesantes", reflexiona Rosselló, "porque en muchos telediarios vemos imágenes de atentados o guerras antes de otras informaciones, y quizá nos pueda influir. O imaginemos lo que sucede con la sucesión de casos que estudia un juez".

Pero no hacen falta sofisticadas pruebas para convencer al cerebro de cualquier cosa. En el año 2001, y para su tesis doctoral, Rosselló diseñó un experimento para comprobar cómo la ingestión de determinadas cantidades de alcohol podía alterar la atención. Como esperaba, el resultado mostró que el alcohol alteraba la capacidad de atención de los sujetos, pero se encontró con una sorpresa: resultó que las expectativas de beber el alcohol también podían alterar la forma de conducir. "En el grupo de los que bebieron un brebaje placebo", recuerda Rosselló, "vi gente mareada, colocada y con ataques de risa. Algunos hasta me pedían quedarse una horita por allí antes de coger el coche. Los pobres no sabían que no habían tomado ni una gota de alcohol".
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¿Puede una palabra mal elegida por el médico hacer empeorar al paciente? La respuesta es sí, aunque los mecanismos del conocido como “efecto nocebo” son tan desconocidos aún como los del placebo. El profesor Thomas Weiss está convencido incluso de que los efectos secundarios de los que se informa en los prospectos de los medicamentos producen más efectos adversos entre quienes los leen. "Desgraciadamente", confiesa a XL, "no se me ocurre una manera de solucionar este problema". Arturo Goicoechea cree que algunas intervenciones perjudican al paciente por culpa de una "cultura del dolor" errónea que asocia dolor con daño, cuando no necesariamente van unidos. “El dolor es una estimación estadística del cerebro", explica Goicoechea, "que activa una respuesta porque considera que existe una amenaza. Pero a veces se equivoca". Goicoechea pone como ejemplo algunos estudios que señalan que ante los casos de "latigazo cervical" - producidos por accidente de coche -, los pacientes a los que se pone collarín y se les incita a ser muy cuidadosos terminan desarrollando un dolor crónico con mayor frecuencia que aquellos a los que el médico no condiciona ni inmoviliza.

"Las últimas investigaciones apuntan a que el dolor es más una emoción que una sensación", recalca Susana Martínez Conde. "Dependiendo de nuestro estado emocional podemos interpretar el mismo estímulo de manera distinta”. Por eso, en algunos casos, la solución empieza a pasar por enseñar a los pacientes a reaprender el dolor. Sobre todo cuando no existe estímulo físico que lo provoque. Esta “ficción” mental es la misma que se produce con el dolor empático, el que sienten algunos individuos cuando ven un daño provocado a otra persona, o con los experimentos de la mano de goma, en los que el cerebro del sujeto interioriza que una mano falsa es suya y puede llegar a sentir frío, calor y hasta dolor cuando le producen un daño aparente. "El dolor es una construcción mental como muchas otras", añade Luis Martínez Otero, investigador del Instituto de Neurociencias de Alicante. Cuando las circunstancias lo requieren, y el cerebro considera que el dolor no va a ayudar a la supervivencia, está dispuesto a prescindir de él. "Esto recuerda la famosa anécdota del explorador David Livingstone", apunta Martínez Otero, "quien, tras el ataque de un león, aseguró no haber sentido dolor. Su cerebro había sufrido un baño de endorfinas, aunque él lo atribuyó a una señal divina".

Algunas afecciones neurológicas han ayudado a comprender la componente emocional del dolor. Existe una extraña enfermedad, denominada "Indiferencia congénita al dolor", en la que las personas son capaces de sentirlo pero, como no le dan un valor emocional, les resulta indiferente. "En un congreso reciente", recuerda Martínez Conde, "conocimos a un “forzudo” muy popular en EEUU llamado Dennis Rogers, que parte guías de teléfonos con las manos y es capaz de detener un avión con unas cadenas. Él está seguro de que es capaz de hacer estas cosas no por su condición física, sino porque el 99% de la gente se detiene cuando alcanza un límite de dolor que él puede superar". Esta condición relativa del dolor es algo que podemos experimentar en nuestra vida cotidiana. Las agujetas y el dolor muscular que sentimos tras hacer deporte nos resultan llevaderas porque tenemos claro su origen y sabemos qué significan. Si nos asaltara una molestia de la misma intensidad sin motivo aparente, lo más probable es que acabáramos aterrados y en la consulta de urgencias.

--> Para saber más: Los engaños de la mente - Susana Martínez-Conde, Stephen L. Macknik y Sandra Blakeslee (Destino 2012)



Algunos datos curiosos sobre el dolor

• Duele menos si estás distraído con alguna tarea.
• Duele menos si piensas en alguien a quien quieres.
• Duele menos si miras la zona dolorida con unos prismáticos al revés. En un estudio de 2008 los sujetos sentían más o menos dolor en función de si miraban con un aumento la zona dolorida o la alejaban visualmente.
• Deja de doler en situaciones extremas de emergencia (analgesia del estrés).
• Duele menos si piensas que ha sido por accidente que si crees que el daño es intencionado.
• Duele menos si crees que sirve para algo. Un estudio con pacientes terminales de cáncer demostró que los que esperaban curar valoraban como menos dolorosos los tratamientos.

Un ejemplo de priming

El primado o priming consiste en exponer al sujeto a unos estímulos – en este caso verbales - que condicionan su respuesta. Haga esta prueba sencilla y responda en voz alta a las preguntas con rapidez, sin pensar:

¿De qué color es la nieve? ¿De qué color son las nubes? ¿De qué color es la nata montada? ¿De qué color son los osos polares? ¿Qué beben las vacas?

Si usted ha respondido que las vacas beben leche ha sido víctima de una forma de priming. En este ejemplo clásico la introducción de conceptos como blanco o nata predisponen a hacer la asociación mental inmediata.

El Stroop emocional

Las palabras condicionan nuestras emociones pero éstas también interfieren con nuestra expresión verbal. Para medirlo, los psicólogos utilizan una prueba denominada "Stroop emocional". El efecto Stroop, bautizado así por John Ridley Stroop, el investigador que lo descubrió, es una interferencia cognitiva que se produce cuando vemos aparecer palabras que designan colores - "azul", "verde" o "rojo" - en un color distinto del que indica la palabra. Continuando con esta línea, otros psicólogos descubrieron que la interferencia- el tiempo de más que tardamos en responder - también se produce con palabras que tienen una fuerte carga emotiva frente a las que nos resultan neutras. "La mayoría de nosotros somos más lentos cuando vemos palabras como "cáncer", "muerte" o "sexo" debido que a todas nos afectan", explica Rosselló. Pero se pueden planificar experimentos más específicos. En su departamento diseñaron un experimento de Stroop emocional con personas discapacitadas y las dividieron en dos grupos, aparte de un control. El primer grupo reunía a discapacitados que ya llevaban muchos años en silla de ruedas y en el segundo el origen era más reciente. "Pasamos unos cuestionarios", recuerda, "y vimos que los discapacitados físicos más recientes ralentizaban su respuesta ante palabras como "vegetal" o "autonomía", mientras que para el resto habían pasado a ser neutras".

-> Test de Stroop emocional: Practícalo aquí