El 'escuchador' vivía en una casa próxima a la de mi madre, en aquella pequeña aldea perdida entre las montañas. Hasta allí se acercaban periódicamente gentes llegadas de todas partes de la provincia, a veces desde lejanos lugares del norte, solo para que aquel hombre les escuchara toser.
Solían ser casos difíciles, en los que los médicos no habían conseguido una mejoría. La desesperanza cundía entonces en aquellas pobres gentes.
El escuchador era un buen hombre. Cuando hacía falta se acercaba hasta la casa del enfermo, ponía el oído y entonces, serio y con largos bigotes, emitía su veredicto: esto es "una tos fría y verde". Y recetaba una serie de ungüentos al enfermo, entre ellos una crema que él mismo elaboraba secretamente, según fuera el tipo de tos. Nunca pedía nada a cambio. Pero nunca le faltó una gallina.
La técnica no era suya. La había heredado de su padre, quien a su vez la había aprendido del suyo. La saga de los escuchadores se perdía en la noche de los tiempos. Nadie sabía cuándo ni cómo, pero habían aprendido a distinguir cada matiz de la tos, a diferenciar una tos cavernosa de una tos encharcada, un pulmon frío de un pulmón sangriento, una pleura hinchada de una pleura rota... "Se te ha roto la boca de los vientos" - dicen que le dijo a uno que estaba muy grave. Y en dos semanas lo sacó de la cama.
Un año, cuando cruzaba un puente, el río se lo llevó muy lejos, hacia los pantanos del sur. Y el valle se quedó para siempre sin escuchadores.
Solían ser casos difíciles, en los que los médicos no habían conseguido una mejoría. La desesperanza cundía entonces en aquellas pobres gentes.
El escuchador era un buen hombre. Cuando hacía falta se acercaba hasta la casa del enfermo, ponía el oído y entonces, serio y con largos bigotes, emitía su veredicto: esto es "una tos fría y verde". Y recetaba una serie de ungüentos al enfermo, entre ellos una crema que él mismo elaboraba secretamente, según fuera el tipo de tos. Nunca pedía nada a cambio. Pero nunca le faltó una gallina.
La técnica no era suya. La había heredado de su padre, quien a su vez la había aprendido del suyo. La saga de los escuchadores se perdía en la noche de los tiempos. Nadie sabía cuándo ni cómo, pero habían aprendido a distinguir cada matiz de la tos, a diferenciar una tos cavernosa de una tos encharcada, un pulmon frío de un pulmón sangriento, una pleura hinchada de una pleura rota... "Se te ha roto la boca de los vientos" - dicen que le dijo a uno que estaba muy grave. Y en dos semanas lo sacó de la cama.
Un año, cuando cruzaba un puente, el río se lo llevó muy lejos, hacia los pantanos del sur. Y el valle se quedó para siempre sin escuchadores.