El hombre y el oso

10 octubre 2004

A ver cómo lo cuento. Uno de los múltiples y extraños trabajos de mi amigo R. consistió, concretamente, en contar osos. Tal cual. No piensen en nada peligroso ni exótico, él simplemente debía quedarse allí y contar los ositos de peluche.

Sucedió durante la campaña de Navidad de un conocido centro comercial. Por lo visto, hasta llegaron a darle un cursillo de preparación: "La cosa es fácil - le explicó el sagaz encargado - si en la estantería de arriba hay cinco osos y en la de abajo hay cuatro, sabremos que tenemos nueve osos".

Durante el par de semanas en que lo soportó, mi amigo contó una y otra vez los ositos de peluche, cada tarde, sin descanso. Ni siquiera tenía que colocarlos, para eso había otro tipo, más especializado, unas manos expertas.

Llegó a preguntarse cómo quedaría en su currículum aquella etapa de su vida: "Diciembre-enero de 1999, prácticas remuneradas como contador de osos". Hasta creyó encontrar un eco grandioso, mítico, en el nombre de aquella profesión. "El contador de osos"- se decía a sí mismo en voz baja. Y le parecía el título de una novela de Gogol, aunque él nunca hubiera leído a Gogol.