A cuatro manos

23 abril 2005

Por lo visto, el último premio Alfaguara de novela ha sido escrito a cuatro manos, uno imagina a sus autoras dale que te pego, ambidiestras las dos, echadas sobre el papel como auténticos portentos literarios.

La expresión "a cuatro manos" siempre me ha parecido enigmática y me hace dudar sobre el verdadero número de manos que emplea el autor en su obra. Si escribe en solitario, con la tradicional pluma o bolígrafo, es de esperar que lo haga a una mano, como mucho, salvo extraños fenómenos de la naturaleza o mutaciones que no vienen al caso.

Por eso, si se trata de un dúo, lo primero que viene a la cabeza es que la novela haya sido escrita a dos manos, y no a cuatro, como se dice desde siempre. Habrá quien apunte que se ha hecho a ordenador, en cuyo caso sería mucho más apropiado hablar de una novela escrita a veinte dedos, por ejemplo, si ambas autoras fueran mecanógrafas. Para el resto de los casos se podría hablar de novelas a seis, once, doce dedos tal vez, o libros escritos con siete dedos y una prótesis de porcelana, para obras cuyo autor haya perdido un apéndice.

La cuestión es si el número de manos influye en el estilo literario. Vemos por televisión elefantes que pintan cuadros con la trompa y hasta escritores que escriben con los pies, en el sentido real y en el sentido figurado, por no hablar de los que lo hacen con el culo, ejemplos que prefiero no citar.

Sin salir del plano metafórico, igual que María Jiménez canta con el coño, hay escritores que escriben con las pelotas, tal es el caso de Bukowsky, y otros más finos, como Miller, que lo hacen con la polla, una polla metafísica y hambrienta de estilo.

Es sabido que Dostoievsky escribía con la médula, Kafka con el quiste; "No soy yo el que escribe, es mi quiste" - es de suponer que dijera a las visitas. Flaubert hacía lo propio con el bigote, Cela con las nalgas, que es de donde se saca la mejor panceta, y Hemingway con el hígado, deportivo y cirrótico.

Este año toca hablar de Cervantes, escritor "a una mano" por excelencia. En su caso parece que la única mano sana adquirió facultades de la otra, como esos sordos que ven en la oscuridad, o los ciegos con oído de murciélago. Una mano viva, desproporcionada, una mano con ojos, que se ríe. Releyendo el Quijote se aprecia que la mano, poco a poco, se apropia de la obra. Al final, esa mano temblorosa que describe la muerte, nos lleva hasta la clave: el loco no es Quijano. Tampoco Cervantes. Ella, loca perdida: la mano.