Érase una ves un prínsipe que vivía en un sensillo y agradable palasio en el reino de Sansíbar. El prínsipe, que se llamaba José Luis, tenía un problema con las articulasiones interdentales y las sés, al pobre, le salían como eses, con la consiguiente chansa y alboroso de la servidumbre.
El prínsipe José Luis solo tenía un amigo sinsero, el joven Sacarías, hijo de uno de los sirvientes de su padre. Ambos tenían la misma edad, y desde su más tierna infansia habían compartido juego y caserías.
Muchas tardes, al terminar la dura jornada palasiega, el prínsipe llamaba a Sacarías y ambos jugaban a la brisca o al sinquillo, comían un poco de sesina o se sampaban unas sanahorias.
Pero con los años, al no tener obligasiones, el prínsipe se había convertido en un insoportable tirano. Eran conosidos sus caprichos y sus insospechados deseos entre los sirvientes. A veses pedía cosas asombrosas, un día hiso traer una dosena de rinoserontes solo para darse el plaser de abatirles asaeteando sus posaderas.
- Tengo tanto hambre que me comería un siervo – dijo cuando hubo terminado la matansa.
Y ese día, al sentarse a la mesa, encontró la cabesa de Sacarías en un sestillo.
El prínsipe José Luis solo tenía un amigo sinsero, el joven Sacarías, hijo de uno de los sirvientes de su padre. Ambos tenían la misma edad, y desde su más tierna infansia habían compartido juego y caserías.
Muchas tardes, al terminar la dura jornada palasiega, el prínsipe llamaba a Sacarías y ambos jugaban a la brisca o al sinquillo, comían un poco de sesina o se sampaban unas sanahorias.
Pero con los años, al no tener obligasiones, el prínsipe se había convertido en un insoportable tirano. Eran conosidos sus caprichos y sus insospechados deseos entre los sirvientes. A veses pedía cosas asombrosas, un día hiso traer una dosena de rinoserontes solo para darse el plaser de abatirles asaeteando sus posaderas.
- Tengo tanto hambre que me comería un siervo – dijo cuando hubo terminado la matansa.
Y ese día, al sentarse a la mesa, encontró la cabesa de Sacarías en un sestillo.
Antonio Martínez Ron (Algunos cuentos casi infantiles) © 2006
10 Respuestas ( Deja un comentario )
vaya...
joder! me ha gustado, me ha gustado mucho y no es peloteo q conste.
Muy curioso el cuento.
te haria una critica constructiva del desarrollo del cuento el final y la moraleja, pero es que... no me apetece jejeje
Besossss
Hazme la crítica por Dios. Tengo dudas respeto al final, me parece que ha salido un poco precipitado y no sé si se entiende o debería ser más claro.
pues teniendo en cuenta que tengo una mente perversa y calenturienta y que uno de mis principios es
piensa mal y acertarás... XD
por mi parte se entiende estupendamente y no me parece precipitado en absoluto.
como egemplo la cara que se me a puesto al lleer el final:
O_o
(te hubiese puesto un link con mi foto, pero es q soy torpe de cojones)
un becho
Sniff sniff...que triste cuento...
Por cierto, leíste el otro día el artículo de la Vanguardia de Freud y los chow chow?? no sé por qué me acordé de ti :)
Hola Tiri! Lo he buscado en la web, pero es de pago. Dime de qué iba, por Dios, no me dejes así!
Gracias Sucubo!
Me gusta, y seré poco imaginativo, pero el final me ha sorprendido
Delisioso.
Escribeme un mail y te lo paso...está en mi perfil.
Hola, la casualidad ha hecho que encontrara tu blog y he leido varias cosas, pero me he ido a la ficción y... me ha gustado mucho este cuento, breve, divertido, y drástico como el final
Enhorabuena y espiaré tu trabajo para aprender.
Saludos
Merche
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