A pocos días de que se estrene el remake de “Las colinas tienen ojos”, el clásico de Wes Craven en la que una familia de tarados se carga a todo bicho viviente, me entero por una breve nota de la revista Cinerama de que el asunto está inspirado en una historia real. Por lo visto, allá por el siglo XV, existió en Escocia una familia que tendía emboscadas a los viajeros, los descuartizaba y se comía sus entrañas.
Todo empezó cuando un bruto llamado Sawney Bean se escapó de su pueblo, a las afueras de Edimburgo, en compañía de Agnes Douglas, una vivaracha criatura que ya había sido denunciada por bruja. Ambos se instalaron en una cueva en Ballantrae donde pasarían los siguientes 25 años dedicados a la alegre tarea de procrear y comerse a sus congéneres. Durante todos aquellos años, en un estado de semisalvajismo, la familia Bean alcanzó la cifra de 48 tarados miembros entre hijos y nietos, como consecuencia del distraído ejercicio del incesto.
Los Bean vivieron todo aquel tiempo en el interior de una oscura cueva de la que solo salían para tender sus emboscadas en busca de comida. Capturaban hombres, mujeres y niños que después trasladaban a su madriguera donde los descuartizaban o conservaban en vinagre. A menudo arrojaban al mar piernas y brazos de sus víctimas, que aparecían en playas lejanas para espanto de los lugareños.
Las desapariciones se hicieron tan frecuentes que provocaron un clamor en la región. Mes a mes los Bean iban dando cuenta hasta de las patrullas enviadas por el Rey. Cuando la cifra de asesinados superaba el millar, una carambola quiso que un caballero sobreviviera después de contemplar cómo se comían a su esposa.
Jaime I envió entonces un batallón de 400 hombres que siguieron las indicaciones del marido. Solo por casualidad descubrieron una cueva cuya entrada quedaba oculta en pleamar. Siguiendo los ladridos de los perros, se adentraron en la caverna durante casi dos kilómetros hasta toparse con un dantesco salon de estar: brazos, piernas y cabezas colgaban de todas partes puestos a secar.
Los Bean fueron ejecutados uno a uno, quemados y desmembrados ante los clamores de la multitud.
Algunos expertos aseguran que se trata de una leyenda inventada por los ingleses para ejemplificar la barbarie escocesa. Lo cierto es que en la costa de Ballantrae existe aún una gruta que los lugareños llaman la cueva de Sawney Bean, en la que hace muchos años que nadie se atreve a entrar.
Más: 1, 2, 3 y 4.
Todo empezó cuando un bruto llamado Sawney Bean se escapó de su pueblo, a las afueras de Edimburgo, en compañía de Agnes Douglas, una vivaracha criatura que ya había sido denunciada por bruja. Ambos se instalaron en una cueva en Ballantrae donde pasarían los siguientes 25 años dedicados a la alegre tarea de procrear y comerse a sus congéneres. Durante todos aquellos años, en un estado de semisalvajismo, la familia Bean alcanzó la cifra de 48 tarados miembros entre hijos y nietos, como consecuencia del distraído ejercicio del incesto.
Los Bean vivieron todo aquel tiempo en el interior de una oscura cueva de la que solo salían para tender sus emboscadas en busca de comida. Capturaban hombres, mujeres y niños que después trasladaban a su madriguera donde los descuartizaban o conservaban en vinagre. A menudo arrojaban al mar piernas y brazos de sus víctimas, que aparecían en playas lejanas para espanto de los lugareños.
Las desapariciones se hicieron tan frecuentes que provocaron un clamor en la región. Mes a mes los Bean iban dando cuenta hasta de las patrullas enviadas por el Rey. Cuando la cifra de asesinados superaba el millar, una carambola quiso que un caballero sobreviviera después de contemplar cómo se comían a su esposa.
Jaime I envió entonces un batallón de 400 hombres que siguieron las indicaciones del marido. Solo por casualidad descubrieron una cueva cuya entrada quedaba oculta en pleamar. Siguiendo los ladridos de los perros, se adentraron en la caverna durante casi dos kilómetros hasta toparse con un dantesco salon de estar: brazos, piernas y cabezas colgaban de todas partes puestos a secar.
Los Bean fueron ejecutados uno a uno, quemados y desmembrados ante los clamores de la multitud.
Algunos expertos aseguran que se trata de una leyenda inventada por los ingleses para ejemplificar la barbarie escocesa. Lo cierto es que en la costa de Ballantrae existe aún una gruta que los lugareños llaman la cueva de Sawney Bean, en la que hace muchos años que nadie se atreve a entrar.
Más: 1, 2, 3 y 4.