El asesino de las campanadas

04 enero 2006

El asesino de las campanadas no se come las uvas; odia esos pipos que se quedan en las muelas. El asesino de las campanadas no entra en el año comiendo peladillas ni aplastando polvorones, prefiere el olor cristalino de la pólvora.

Amparado por la horda de psicópatas lanzadores de cohetes, el asesino de las campanadas se confunde con la noche, anda embozado y a tiros por las calles, como una personificación madrileña de la Muerte.

El asesino de las campanadas vaga por Carabanchel envuelto en la capa de Ramonchu, barrunta una Nochevieja cargada de sorpresas. Puede que piense que la vida es como un roscón de Reyes, que reserva a cada cual su penoso regalo.

Al asesino de las campanadas lo mismo le da un tipo que fuma en la ventana, que un anciano que baila el pasodoble. Tuvo una infancia triste, solo veía películas sobre Pancho Villa, con mexicanos y pistolas.

Esa noche, frente a la tele, el asesino de las campanadas soñó con magos que detenían los relojes, un harén de rubias en tangas transparentes. Y una lluvia de finísimas balas caía desde el cielo.