La maldición de Peter Pan

26 agosto 2006

En la mañana del 5 de abril de 1960, Peter Pan descendió por las escaleras de la estación de Sloane Square, caminó lentamente por el andén y se arrojó bajo las ruedas del metro de Londres. “Peter Pan se suicida” – fue el titular de algunos de los diarios de aquel día –“Muere el niño que nunca quiso crecer”.

El día de su muerte, Peter Llewelyn-Davies tenía 63 años. Cincuenta años antes, junto a sus cuatro hermanos, Peter había sido el principal inspirador del personaje creado por James M. Barrie. Los más allegados aseguraron que en aquellos días había estado reordenando las fotos y recuerdos familiares a los que él se refería, irónicamente, como “La Morgue”. No le faltaba razón, pues desde la aparición de Barrie su familia había sido víctima de una especie de “maldición”.

La imagen de arriba está tomada en 1906. En ella se ve a uno de los hermanos, el pequeño Michael, disfrazado de Peter Pan y al propio Barrie caracterizado como Garfio mientras ambos juegan en el jardín. Barrie creó el personaje de Peter Pan gracias a su relación con los hijos de Sylvia Llewelyn Davies. Una relación especial y un tanto enfermiza sobre la que siempre ha flotado (injustamente) el fantasma de la pedofilia. Pocos años después, tendría lugar la primera de una larga serie de desgracias: Sylvia fallecía de cáncer, y Barrie quedaba a cargo de los niños.

Hasta la misma mañana de su suicido, Peter Llewelyn-Davies había aborrecido la idea de que todo el mundo le asociara con Peter Pan; odiaba a Barrie y le culpaba del distanciamiento de sus padres y de todos los horribles acontecimientos que tuvieron lugar a continuación.

A finales del año 1914, con apenas 21 años, George Llewelyn-Davies, el mayor de los hermanos, moría en las trincheras del frente occidental en la Primera Guerra Mundial.

Siete años más tarde, en 1921, dos adolescentes eran encontrados ahogados en las piscinas de Sandford Lasher, en el río Támesis. Uno de ellos era Michael Llewelyn-Davies, el favorito de James Barrie; el otro era su amigo inseparable Rupert Errol. Solo entonces se supo que ambos muchachos mantenían una relación secreta y que se habían arrojado al agua como consecuencia de un pacto suicida. Cuando los cadáveres fueron recuperados del río, sus cuerpos estaban estrechamente entrelazados. El pequeño Michael ni siquiera sabía nadar.

* Si la historia os interesa no dejéis de leer Jardines de Kensington, de Rodrigo Fresán.